Escribir una novela, un relato, o cualquier otra clase de creación literaria asociada a lo que entendemos como producto escrito para ser leído por un público gustoso de esta afición, dista mucho del arte o de la técnica de escribir un guion cinematográfico; en este caso el arte se relega al servicio de la practicidad, del uso estricto para crear otro elemento aún más rico y llamativo por el que la gente paga sin pensar. El guion es un elemento indispensable, pero solo eso, un elemento más para llegar a la meta. Hay que aprender unas pautas para hacerlo bien, se deben seguir unas estructuras concretas que sean fácilmente reconocibles por el director y por los actores que deben leerlo y trabajar con el. Un buen guion les dará el éxito o les catapultará en el olvido de las malas películas que carecen de base, de fundamento y de interés. Por esta razón hay que poner toda el alma al escribir un guion, y hay que hacerlo igual que si se tratara de cualquier otra creación literaria, pero con sus limitaciones. Un guion desmiga todo lo que el espectador va a ver en la gran pantalla, explica, detalla, indaga en los personajes hasta convertirlos en productos trasparentes al misterio o al secreto, el público los debe conocer bien para poderlos entender, y cuanto mejor se muestren, más creíbles serán.
A muchos escritores les horroriza alejarse de las palabras bonitas con las que adornan a menudo sus páginas, les incomoda ser tan explícitos en los detalles y dejar poco o nada a la imaginación, pero esto es así, un guionista trabaja para guiar creando a su vez una historia tan fascinante como la de una novela y tan emocionante como la misma poesía, pero sus formas son las que son: técnica, mucha y pura técnica.
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GEMMA ROMERO P.Psicóloga y Escritora. Archivos
Junio 2019
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