Francisco de Quevedo fue un escritor insaciable a la hora de criticar a través de su literatura, no solo atacó a su conocido enemigo de profesión, Góngora, sino que dirigió su afilada pluma contra el rey y sus ministros, contra los personajes que pululaban por la corte como los bufones, a los que Felipe IV sustentaba en su palacio junto a otros de características similares que servían de vehículo de las más abyectas intrigas, gremios como el de los zapateros y los pasteleros, y en general contra todo el género humano al que también denominaba bufón sin excluirse él mismo.
Quevedo atacó a los zapateros apuntando a los cuchitriles oscuros donde trabajaban y llamándolos remendones que clavaban las suelas en los chiscones de los barrios antiguos de la ciudad. Los pasteleros son también tema repetido de burlas apotando al oficio pinceladas escatológicas que le valieron a Quevedo, la paternidad de chistes y otras procacidades que circulaban por la sociedad para agitar la crítica y la ridiculización con la que la clase baja entretenía su tiempo. Los seres desgraciados como los bufones, no solo soportaban la crítica de Quevedo sino de toda la sociedad que no cesaba de hacerles objeto de bromas insoportables. Dicen que Velázquez, el pintor de Felipe IV, fue siempre muy respetuoso con la desgracia de estas personas, y que muchas veces elegían la compañía del artista para descansar, filtrándose en su galería de retratos mientras él pintaba. Ortega y Gasset, en su introducción a Velázquez, en 1954, afirmó: "En la mayor parte de las cortes entonces se hacía lo mismo y algunos de los mounstruos del Alcázar madrileño vinieron de otros palacios ultrapirenaicos. Era ciertamente un arcaísmo ya extemporáneo de un gusto que floreció en el siglo XV. La mayor parte de estos engendros y desdichados no tenía ocupación determinada y es seguro que con extrema frecuencia se filtraban en el estudio de Velázquez." Quevedo, maestro indiscutible del conceptismo, centra la atención en el significado de la palabra, dando mucha más importancia al contenido que a las formas, se convierte en un experimentador del lenguaje con una tremenda vocación de crítica que utiliza como manifestación de su conceptismo. Dice así de los bufones: "Ellos se son diablos para sí y para otros, y nos ahorran de trabajos, y se condenan a sí mismos." En resumen, Quevedo aportó muchísimo a la literatura, pero sobre todo, una sátira irresistible y un burlón escepticismo ante la sociedad que le rodeaba.
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La visita a los infiernos ha sido un tema muy usado en la literatura que arranca desde la antigüedad; en el siglo II, Luciano de Samosata ya escribió sus "Diálogos de los muertos", en ellos explicaba como los personajes históricos van llegando al país de los muertos para enfrentarse a su destino eterno, y anteriormente, Virgilio en La Eneida, ya hizo descender a su Eneas a los infiernos. Poco después, Dante dedicaba la primera parte de La Divina comedia a visitar el mismo lugar acompañado de Virgilio para visitar uno por uno a los condenados.
Esta ruta por el ultra mundo continuó alimentando la imaginación de muchos escritores, que partiendo de este punto desarrolló la fantasía de muchos poniendo sobre los folios distintos recorridos siniestros para explicar una misma realidad. Así la influencia de Dante se pudo observar en el Marqués de Santillana y su "Infierno de los enamorados" y en Juan de Mena con "El Laberinto de la Fortuna". La recurrente idea de situar a personajes famosos y célebres de la época en los distintos planos del infierno, hace pensar que este tema de larga tradición medieval era un elemento coincidente para hacer una buena crítica de los distintos estamentos sociales. Quevedo continuó con esta larga tradición, con sus "Sueños" y en ellos aplicó distintos castigos a las diferentes culpas que los condenados tenían, evitando así la idea del fuego abrasador como único castigo del inframundo. El Bosco también se adhirió a esta idea, y en su cuadro sobre su mundo infernal, dibuja un fantasmagórico panorama donde el fuego clásico del infierno ya no aparece. Quevedo aprovechó su creatividad y este mismo tema, para satirizar a personajes importantes; El sueño del juicio final y el El alguacil endemoniado fueron el azote del rey Felipe II y del conde de Lemos, pero su osadía no dejó indiferente a las clases influyentes, y fue acusado de escribir con temas ocultos y de atacar a importantes personalidades con el término de maldiciente. Puede que por esta razón en una de las dedicatorias de sus sueños, escribió con un cierto tono de pesimismo que quería poner fin a su ciclo de sueños con las pocas fuerzas que le quedaban a su ingenio. Un siglo más tarde de escribir Quevedo sus sueños, Diego de Torres Villarroel todavía escribió "Sueños morales" y "Visiones y visitas de Torres con Don Francisco de Quevedo por Madrid". Fueron muchas las voces que proclamaron decadente a una literatura que apenas aportaba ideas nuevas porque recogía las utilizadas en el Renacimiento, sin embargo el resultado fue bien distinto; se produce un caudal dramático a través de Lope de Vega como no se había visto hasta entonces, y una lírica excepcionalmente culta a través de Góngora por su especial forma de describir la realidad, Quevedo por su parte contrasta con su colega defendiendo un conceptismo que trata de desprestigiar al culteranismo con el que siempre se enfrentó, presentándose como un moralista desconcertante que llegó a ser considerado la mente más valiosa de su tiempo. Por lo tanto nunca debe afirmarse que esta época no dejó una profunda huella en la historia de la literatura porque no es cierto, si acaso un siglo dorado lleno de contrastes que obligó a los libreros de entonces, a tener otras funciones que la simple custodia y venta de los libros, para sobrellevar la tremenda competencia que existía entre ellos; se cuenta que los libreros solían vender lo que hoy llamamos artículos de escritorio junto a las grandes obras, y relata Quevedo en "El sueño del infierno" que a la puerta de una librería había un rótulo que decía: Aquí se vende tinta fina, y papel batido y dorado, y en el inventario de bienes que se hizo a la muerte del librero Martín de Beva (1637), se registran entre otras cosas: papel, plumas de ave para escribir, tinta, polvos de secar, lacre, hilo de coser cartas etc...Este comercio complementario era muy beneficioso si se contaba con una buena cartera de clientes, y cuentan también que el citado librero tenía entre sus clientes habítuales a nada más y a nada menos que al Conde-Duque de Olivares, y que este le adeudaba cierto dinero por la compra de papel para su despacho.
El teatro, a su vez, también fue considerado un elemento clave en el Siglo de Oro; Madrid, Barcelona, Sevilla y Valencia tenían representaciones regularizadas y continuadas durante todo el año, el público estaba muy interesado en un espectáculo que se había hecho público, y a través del cual podían aprender y vivir lo que para la sociedad en general no era fácil. La comedia y el enredo crearon un ambiente de expectación multitudinario que disfrutó con cada uno de los actos, y sobre todo con su final feliz. Lope de Vega tuvo una gran producción en este campo, y se le ha llegado a considerar el creador del teatro nacional. En su arte nuevo de hacer comedias expuso los principios de lo que hoy es el teatro europeo. Por esto y por muchas otras aportaciones, el Siglo de Oro de la literatura española se ganó a pulso su dorado e insigne título entre otras muchas y valiosas calificaciones. Un elemento aparentemente tan común como el monólogo interior de un personaje provocó todo un cambio en el rumbo de la narrativa española, se rompe con el realismo de los años cincuenta y entra en escena la verdadera crítica social. Un libro y un autor son los responsables principales de este cambio: Martín Santos y su novela "Tiempo de silencio"; en ella aparece el componente esencial del monólogo interior para reflejar un montón de realidades que sirven para completar la rica descripción de ambientes y lugares de Madrid.
La obra se convierte en pieza clave para entender la novela de estos años, fue publicada en Barcelona varios años después de que su escritor la terminase y presentase al concurso Pío Baroja bajo seudónimo y con otro nombre ("Tiempo frustrado"). Martín Santos trató de hacer una mordaz crítica social a través de Pedro, un personaje marcado por la fatalidad y la falta de recursos. El escritor recurre a relatar la vida de un médico con inquietudes científicas que trata de encontrar un remedio para curar el cáncer, experimentando con ratones de laboratorio, la falta de dinero le obliga a abandonar esta vía y se convierte en un médico de provincias al que la mala suerte de toparse con una muerte provocada por un aborto fallido, le hace caer injustamente en manos de la policía. El recorrido que de Madrid hace el escritor a través de su personaje es excepcional, nos muestra lugares, ambientes y aspectos de una ciudad que aún no se anima a "despegar". Los prostíbulos madrileños, las clases sociales más bajas relacionadas con el fenómeno del chabolismo son descritas a través de unos personajes secundarios de gran relevancia, la vida cultural de la ciudad también se hace un hueco por medio del mencionadísimo Café Gijón, que ha protagonizado importantes páginas de la narrativa española convirtiéndose en un icono para los escritores. La vida de la clase media, bastande desfavorecida, la burguesía y los chabolistas conforman un importante documento con gran valor histórico que consigue reflejar la sociedad de la España de entonces. Pedro, el protagonista, se convierte en un antihéroe de una epopeya urbana, densa y muy realista que amplía su contenido a través de los famosos diálogos interiores, que un tiempo después Delibes llevaría a la cumbre con su obra: "Cinco horas con Mario". Cada época, cada momento de nuestra historia se refleja en la literatura, desgraciadamente Martín Santos no cuenta con más novelas completas al haber perdido la vida prematuramente a los cuarenta años de edad en un accidente, pero si se han recogido algunos de sus relatos cortos publicados bajo el nombre de "Apólogos". Leer sobre una época es la mejor manera de conocerla. Hace ya un montón de siglos, que las comedias de capa y espada triunfaron como lo hacen hoy los thrillers o las películas de acción; por aquel entonces, y hablo del siglo XVII la población era casi analfabeta y disfrutaba de un género que casi siempre, por no decir siempre, trataba el mismo tema: la honra, el enredo y el matrimonio. Todo ello se agitaba en un cóctel para ofrecer al público dos visiones paralelas del mismo tema, la que era rebuscada, apasionada y adornada de un registro lingüístico muy culto que representaban los galanes, los nobles, las damas y los padres de las damas, y otro más sencillo, lógico y mundano, que a través de la figura del gracioso encarnada por el criado, ponía orden a tan tormentosas pasiones. El público disfrutaba del discurso del criado haciéndolo propio, ya que apenas comprendía el de los protagonistas que vivían como hechizados por un amor sublime e idílico.
Hoy en día se asemejarían estas comedias a las de enredo, eso sí mostrando conflictos entre nobles y caballeros, lo cual ya está un poco pasado de moda. Lo bueno de estas obras era que el final lo desenredaba todo por muy liado que estuviese, y esto era un lección de aprendizaje para resolver conflictos que el público de otro modo no hubiera conocido jamás. Como siempre, la literatura se adapta a los tiempos, los acompaña y sirve de maestra y guía a una sociedad que busca el arte como medio de aprender. El tema del matrimonio como objetivo para ser feliz estaba presente en ellas, lo deseaban los galanes, las damas y sus padres que son la figura que protege y cuida de la honra de la mujer, y en general todo personaje que se presentase como un enamorado. Aparece la venganza de sangre y los duelos para restaurar la decencia de una familia enredada en un sin fin de confusiones, que se van desmadejando para no llegar nunca a la tragedia. Lope de Vega fue un gran creador de comedias de capa y espada, y no hace muchos años que el cine español se encargó de llevar a lo más alto, a través de las pantallas, a una de ellas: "El perro del hortelano". Por supuesto que por aquel entonces se escribieron muchas ( "La dama boba", "Los engaños de un engaño"...) y en todas ellas se vuelven a repetir los mismos patrones, supongo que la moda, las tendencias y gustos del público influyeron a los escritores de teatro, tanto como para hacer que El Siglo de Oro español nos dejase estas joyas de la literatura para estudiar, leer y recordar en siglos posteriores. En cada uno de los principales periodos de la literatura han destacado unos temas sobre otros; en el Renacimiento el amor, la naturaleza y la mitologia estaban en la cumbre de la lírica junto a las novelas de caballerías y a la moderna picaresca que utilizaba la sátira erasmista centrada en los nobles y los eclesiásticos para criticarlos a fondo. El Barroco trae un cambio de mentalidad al que acompaña el pesimismo propio de la época trayendo consigo nuevos temas como el desengaño, la pérdida de la honra, la decadencia, la corrupción, la sátira burlesca, los celos, y como en casi todos los tiempos, el eterno amor. Con la Ilustración, el neoclasicismo aporta el ensayo para difundir sus conocimientos, y así siglo tras siglo hasta encontrarnos con una literatura actual donde reina sobre todos los temas el del sentimiento social. Las desigualdades , el progreso, las nuevas tecnologías, la crisis de valores donde casi todo vale y a la vez nada importa demasiado, arrojan a la palestra literaria dos vías bien distintas; por un lado, la literatura que estudia al ser humano y a sus sentimientos más presentes: la soledad y la incomunicación que se apoderan del hombre para hacerse fuertes en un mundo donde gobierna el individualismo, y por otro, la presentación de unos deseos que subyacen a tanta tecnología y frialdad como son la presentación de un mundo utópico pero posible donde el hombre se puede encontrar a sí mismo.
La literatura contemporánea es sobre todo variada, rica y poco exigente, se publica casi de todo y nadie conoce bien los criterios. Interesa leer sobre la esfera pública y privada de nuestros personajes más relevantes, interesan las ficciones más subrealistas, los mundos alternativos y casi imposibles, las leyendas legendarias y la tragicomedia "cutre" y mundana que es un reflejo de una parcela importante de nuestra sociedad. El panorama para elegir es muy amplio, y aunque subyacen en la filosofía de la literatura las dos corrientes anteriormente mencionadas, se disfrazan de ficción, y de mil cosas más para ser comerciales. Vender, vender y ser rentable es el objetivo. El consumismo ahora ya perdido por la presente situación económica se añora y se busca como si siguiera presente todavía, estamos en un periodo complejo, muy variado en gustos y muy complejo socialmente hablando, pero lo que importa es que se sigue escribiendo y mucho, y que algún día entenderemos en profundidad todo su significado. En este mundo de la letras, las palabras lo son todo y las frases acaban culminando ese deseo de cuidar la forma sobre todas las cosas. La literatura contemporánea ha heredado este valor de tiempos anteriores en los que una métrica determinada era una moda y casi una obligación, y se utilizaban los temas de la mitología y la naturaleza por considerarse hermosos en sí mismos ( Renacimiento ). Sin embargo la historia no se queda ahí, se va repitiendo con la misma intensidad y deseo de perpetuar esa belleza pero siguiendo los cánones que marca la nueva corriente que los acoge; el Barroco busca lo mismo pero con otros temas que expresan la nueva sensibilidad que solo puede transmitirse con un estilo innovador, y que a su vez dará lugar a la novela de ideas desbancando la pastoril o la bizantina de sus predecesores. Posteriormente el Neoclasicismo luchará contra la ignorancia en un marco literario impregnado de nuevos conocimientos y ganas de transmitirlos. Todo ello se acompañará de una gran variedad de temas y un meticuloso cuidado en la utilización de las palabras para hacerse más y más didáctico.
Y así siglo tras siglo, la literatura hace suyo ese poder de trabajar las palabras en su propio beneficio y en el de una sociedad que va cambiando pero que siempre valorará la belleza. En la actualidad, el campo literario también ha pasado por distintas modas pero todas ellas han tratado a su manera de cuidar una estética determinada y acorde a los nuevos tiempos. Cada vez que leemos un libro nos encontramos expresiones o frases tan peculiares y bonitas que no nos podemos resistir a subrayarlas, leerlas varias veces para interiorizarlas, o simplemente tratar de hacerlas nuestras. Nos hacen pensar, reflexionar y hasta nos ayudan a entender cuestiones que nos hemos planteado muchas veces sin poder darlas solución. A continuación voy a añadir algunas de ellas; unas son frases y otros pensamientos completos que por una u otra razón resultan espectaculares. "Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en épocas de crisis moral." (Dan Brown, Inferno.) "La despedida es tan dulce pena que diré buenas noches hasta que amanezca". (Romeo y Julietta. Shakespeare) "La risa mata al miedo y sin el miedo no hay lugar para Dios" ( El nombre de la rosa. Umberto Ecco). "Las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados." (El diario de Ana Frank) "Empieza por el principio; y sigue hasta llegar al final, allí te paras." (L. Carroll, Alicia en el país de las maravillas.) "Cuando muera todo lo mío será tuyo, menos mis sueños" (La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón). "Algo se marchitó en él: quizás la fe en la perennidad de la infancia" ( El camino de Delibes). "Yo señor no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo" (La familia de Pascual Duarte, Camilo José Cela). Una buena costumbre es la de señalar en nuestros libros este tipo de pensamientos que sin duda nos pueden ayudar y alimentar una sensibilidad hambrienta de belleza. La censura literaria del régimen de Franco se ocultó bajo el nombre de Servicio de Ordenación Editorial, aunque su verdadero trabajo fue siempre el de censurar obras literarias y en general producciones culturales con poco rigor y muchas veces con un sentido esperpéntico. Utilizó a importantes escritores nacionales como censores que a su vez sufrieron en su propia persona el peso de la censura, tal fue el caso de Camilo José Cela, que pese a su labor, su libro La Colmena estuvo censurado en nuestro país una década entera tras haberse publicado en Buenos Aires en 1953. Las razones, las de siempre, los censores se asustaban con las referencias que algunos capítulos hacían al sexo, pareciéndoles inconvenientes para la moral de la sociedad de aquellos tiempos. Camilo José Cela no fue el único escritor que se dedicó a trabajar con la censura, también lo hicieron Gonzalo Torrente Ballester, Dionisio Ridruejo, Fernando Tovar y Luis Rosales entre otros.
La censura, influida y dominada por el régimen se dedicó a cercenar grandes obras por considerarlas "peligrosas" para los intereses de este, y desaparecieron de las bibliotecas públicas obras de importantes literatos de todos los tiempos como Espronceda, ValleInclán, Galdós, Lope de Vega, Rubén Darío, Jovellanos, Feijoo... pese a la distancia temporal con la doctrina franquista. Todos ellos tenían en común grandes y hermosas ideas sobre el amor, el hombre, la cultura, el progreso social y la democracia, pero de nada les sirvieron sus buenas proclamas. Algunas personas pudieron conservar estos libros intactos y escondidos en sus bibliotecas personales, pero todos sabían del peligro que corrían al hacerlo, los libros prohibidos suponían un agravio al régimen y unos castigos penados con la libertad. El escritor Jardiel Poncela fue un caso estraordinario, pese a declararse un hombre de derechas en multitud de ocasiones, fue perseguido por la censura en varias ocasiones, y su obra "La tourné de Dios" fue considerada una obra blasfema. La historia de España siempre ha tenido altibajos y posturas encontradas en el ámbito de la cultura, pero la más absurda de todas fue la de intentar encontrar "peligros" donde solo había arte. La situación política justificó el trabajo de la censura y lo presentó como necesario para tranquilizar los ánimos de un país dividido y enfrentado tras una guerra civil, puede que a pesar de todos los pesares, la historia y su curioso devenir hayan servido para que aquí y allá, en todos los ámbitos de nuestro patrimonio cultural, se puedan contar historias y anécdotas que hagan más grande al arte de lo que ya es. Tras la guerra civil España ya era otra, había cambiado en todos los ámbitos y por supuesto en la literatura también, se convirtió en un país huerfano de representantes literarios: unos estaban muertos, otros exiliados, y los pocos que escribían lo hacían bajo la daga de la censura.
El periodo de 1939 a 1950 genera todo tipo de tendencias que al final desembocan en el pesimismo más absoluto que había dejado la guerra en el corazón de todos los literatos; se busca un camino por el que continuar un trabajo que se ha quedado cortado y a medias, aparecen las novelas triunfalistas que gustan al nuevo régimen y que ensalzan valores muy de moda, como la patria, la familia o la religión. Agustín de Foxá destaca en esta tendencia con su obra: "Madrid de corte a checa". Por otro lado busca su lugar una tendencia dramática y tremendista que quiere narrar dolor, violencia y fatalidad para reflejar el sentimiento social en el que se encuentra el país, y es ahí donde "La familia de Pascual Duarte" se abre paso con su argumento sórdido y existencialista que rescata cierta dosis de la picaresca española de otros tiempos, y de la novela social de los años treinta. Pascual Duarte es un campesino extremeño reclutado a la fuerza para la guerra, que ha vivido una infancia infernal dominada por los malos tratos de su padre y el alcoholismo de su madre, y que no logra que la fatalidad le deje de perseguir en años posteriores; la muerte de sus hijos, de su mujer y de su hermano, y la posterior condena a la que debe someterse por matar al chulo de su hermana dedicada a la prostitución, convierten el relato en una historia pesimista que refleja una España triste y carente de esperanza. Pascual Duarte es condenado al garrote vil convirtiendo su destino en una tragedia tan grande como lo fue su vida. Martín Gaite también destaca como representante de una sociedad donde reina la soledad, el individualismo, la falta de comprensión y la injusticia social, y en sus obras es capaz de trasmitirlo todo con una claridad que se convierte en pura descripción. La novela de corte existencial es otra de la tendencias reinantes en la España de ese tiempo; Delibes "La sombra del ciprés es alargada" y Carmen Laforet con "Nada" reflejan angustia, tristeza y sensación de indefensión. Encontramos también novelas de corte poético en las que el trabajo principal radica en la palabra y no en la historia narrada (José Antonio Zunzunegui). El origen de tantas tendencias diversas con un fondo común reside en las características de la España de los años 40; la pobreza, la miseria, la violencia, la incultura, la falta de libertad y las persecuciones políticas. En las novelas de los años 40 no hay una crítica directa, hay que esperar a los 50 para poderla ver, sin embargo no deja de ser un periodo interesante para estudiar a fondo porque se convierte con cada obra en un importante aporte histórico que refleja las miserias de una sociedad que no podía expresarse de otro modo. |
GEMMA ROMERO P.Psicóloga y Escritora. Archivos
Junio 2019
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