El teatro es un subgénero narrativo muy especial, que ha llenado las páginas de la historia de la literatura con magníficas piezas realizadas para llegar a la representación final frente al gran público. Aristóteles propuso tratarlas con la regla de las tres unidades, es decir, fijó en su Poética de la Antigüedad Clásica tres normas que debían ser respetadas para la correcta representación de las obras teatrales. Estas reglas eran las siguientes: respetar la unidad de acción, es decir, el asunto. Cada obra debía versar sobre un único tema para centrar la atención de espectador. La segunda era la unidad de lugar, o el espacio; la acción debía desarrollarse en un mismo sitio para procurar la verosimilitud de la situación, y la tercera y última decía que el tiempo en el que se desarrolle la obra no debe exceder de las 24 horas.
En la práctica, sin embargo, no se ha seguido mucho la recomendación de Aristóteles y se ha saltado"a la torera" esta sabia sugerencia. El siglo XVIII fue una excepción, pues sus autores la encontraron muy adecuada para procurar el éxito que esperaban con sus obras de la crítica y del público. Un buen ejemplo fue la conocidísima obra de Leandro Fernández de Moratín, "El sí de las niñas". La acción solo plantea la boda de don Diego de 59 años con Paquita una jovencita de 16, el lugar solo transcurre en la entrada de una posada de la ciudad de Alcalá de Henares, y el tiempo se sitúa entre las 7 de la tarde y las 5 de la mañana. Esta obra fue realmente creíble y representó una mordaz crítica a la extendida costumbre de entonces por los matrimonios de conveniencia y la poca libertad que las familias dejaban a sus hijos para elegir pareja. Es una historia con final feliz porque termina como deben terminar estos asuntos, dejando que los jóvenes decidan su destino. Se consideró entonces como una comedia otoñal por la forma en que el autor trató el tema, y se sospecha que la obsesión de Moratín por elegir este asunto en más de una obra, estaba relacionada con una cuestión autobiográfica. Al parecer el escritor tuvo amores con Francisca Muñoz, y de este asunto nació tanto interés por un tema que resuelve con la propia razón, sin violencias ni pasiones desatadas, la lógica se convierte en el mejor de los argumentos. No me resisto a repasar un poco el contenido de la obra para quien lo haya olvidado ya; La joven Paquita abandona el convento en el que ha recibido una esmerada educación para contraer matrimonio con quien su madre ha decidido, en este caso con don Diego, un hombre de edad madura a quien no conoce de nada. Da la casualidad de que Paquita a quien verdaderamente ama es al sobrino de Don Diego a quien le pide ayuda para que la salve del horror de un matrimonio de conveniencia, el joven don Carlos se presenta en Alcalá de Henares, donde la familia ha quedado para formalizar la situación y sin saber que el pretendiente es su propio tío. Al descubrirse toda la historia de amor entre Paquita y don Carlos, es el propio don Diego quien renuncia al matrimonio pactado para que triunfe el amor. A pesar de la tremenda situación planteada, Moratín presenta a don Diego como un señor sentimental, nostálgico y bonachón que convierte la obra en una representación agradable de un problema que por aquellos tiempos resultaba casi normal, y que solo criticaba la falta de libertad de los jóvenes y no la diferencia de edad entre los cónyuges que hoy en día espantaría a nuestra sociedad. El teatro refleja la sociedad de cada momento y resulta un documento histórico muy valioso para entender las costumbres y hábitos de cada época. Leer teatro es una forma de documentarse bien y en profundidad de las etapas por las que ha pasado la sociedad de nuestro país.
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GEMMA ROMERO P.Psicóloga y Escritora. Archivos
Junio 2019
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