Limpia, fija y da esplendor; con este lema nació La Real Academia de la Lengua Española que fue fundada por don Juan Manuel Fernández Pacheco a imitación de la Academia Francesa de París. Editó el Diccionario de Autoridades, la mejor obra de su género en toda Europa, publicó La Gramática Castellana que el Rey Carlos III impuso como obligatoria para la enseñanza en las escuelas, y junto a ella apareció la Ortografía, el Diccionario de la Lengua Española y la edición de obras de autores clásicos. Sin embargo el siglo XVIII mostró tener gran preocupación por la cuestión lingüística y el uso del idioma; aparecieron un sin fin de galicismos necesarios para nombrar realidades hasta entonces desconocidas y caprichos de la moda (Gabinete, catastro, billar, bufanda, funcionario, cadete, espectador...), lograron asentarse en nuestra lengua pero La Academia reaccionó recomendando como modelos a los autores clásicos y logrando que nuestra lengua fuese muy purista y extremadamente antigua, nos quedamos con la lengua literaria de Moratín o Jovellanos para el manejo diario. Todo ello dió lugar a polémicas y conflictos entre los puristas y los reformadores que buscaban modernizar el lenguaje y que casi nunca se resolvían amigablemente porque respondían más a defender cuestiones históricas que puramente lingüísticas.
Todo esto acaba afectando a la literatura de entonces que se debe someter a ciertas transformaciones. Las comedias teatrales se representan en las corralas de Madrid y se encargan otras más acordes con la opinión y gusto de los ministros de Carlos III que son fieles al Despotismo ilustrado. Por esta causa desapareció el Sainete y los autos sacramentales de gran tradición literaria en España. Quedó como modelo de teatro la tragedia clásica que no gustó a nadie a pesar del apoyo oficial que tenía por parte del Conde de Aranda y ministro de Carlos III. Se puede decir que la literatura española del siglo XVIII que se empeñó en seguir a la corriente neoclásica, solo tuvo obras de escasa calidad comparadas con las de épocas anteriores, y es que arte y poder no deben ir de la mano jamás, cada uno debe de ocuparse de lo suyo.
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GEMMA ROMERO P.Psicóloga y Escritora. Archivos
Junio 2019
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