Hace unos cuantos años durante una de mis largas estancias en Galicia, descubrí paseando por un camino que conforma parte del entorno de Cecebre, una preciosa casa con aspecto añejo pero muy cuidado; tras una verja de hierro, un pequeño camino serpenteaba a través de un jardín para llegar a una casita blanca, creo recordar, de dos plantas de altura. Leí un cartel que colgaba de la puerta anunciando que se encontraba frente a mí, nada más y nada menos que la casa familiar del escritor Wenceslao Fernández Flórez. En su interior unas personas atendían las visitas del que fue el hogar y residencia de veraneo del académico de la lengua, nos hablaron de la vida y de la obra del escritor con exquisita amabilidad, y nos mostraron varias salas, una con fotografías, otra con sus libros, un saloncito de dos alturas con sus muebles, y una habitación con su sombrero y la maleta que solía llevar en sus viajes. La casa tenía a disposición de los estudiosos del escritor una habitación con sus obras y libros de consulta, y también una estancia para descansar tras el estudio.
En el salón, aquel día, un grupo de músicos interpretaban con sus instrumentos preciosas piezas musicales, estaban ensayando para una actuación y el hogar del escritor les acogía gustoso para los ensayos. La casa era un hogar para el arte y la cultura; cuando salí de allí comencé a recopilar todas las obras que pude de este autor y volví al año siguiente. Todo estaba igual y el bosque de Cecebre me pareció aún más misterioso, como si fuese el producto de un relato inventado, un invento lleno de cuadros y escenas con un aroma a tierra mojada que alcanzado cierto número de pasos se desvanecía para devolvernos a la realidad. Actualmente sé que el bosque está cercado, ya no se puede caminar por el, los sueños se ocultan celosos en su interior y sus secretos se esconden tras las hiedras trepadoras y la umbría del entorno, pero... yo lo ví. Aquel bosque animado que el escritor describió en 1943, y que fue siempre su obra preferida, vive y perdura junto a su casa, ahora ya solo es posible conocerlo leyendo las páginas que Wenceslao escribió sobre el. Está en la casa junto a los recuerdos del también periodista de múltiples diarios de Galicia y Madrid, cuya fama se extendió por "las acotaciones de un oyente" publicadas en ABC y que trataban sobre las Cortes de 1916-18, volviéndose a repetir años después sobre la República. Recomiendo a aquellos que deseen pasar unos días de paz y descanso en tierras gallegas que se acerquen a degustar el aroma literario que aún desprende el hogar de Wenceslao Fernández Flórez y por supuesto, su bosque animado.
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GEMMA ROMERO P.Psicóloga y Escritora. Archivos
Junio 2019
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